Escena familiar-Deleitosa, Cáceres.
W.Eugene Smith, 1950
Versión de Alfonso Yuncar.
Nadie de aquel pueblo recordaba cuándo había
aparecido la tía Miseria. Enjuta, Patilarga y más vieja que la tiña, sin
embargo gozaba de una salud de pedernal. Un perro esquelético mezcla de mil leches
que atendía por Malhambre era su única compañía. Colindante a la ruinosa casucha en que vivía poseía
también un huerto con peral, pero cada año, los muchachos del pueblo entre
burlas e insultos le robaban las peras.
Un aterido mendigo llamó una noche a su
puerta y compadecida, la vieja le ofreció cena y cama. A la mañana siguiente,
antes de despedirse le rebeló su condición de brujo y en agradecimiento por su
hospitalidad quiso concederle un deseo. La tía Miseria no se lo pensó dos veces
y le pidió que quienes subieran al peral no pudieran bajar sin su consentimiento.
Aquel año cuando las peras estuvieron a
punto de madurar los confiados ladronzuelos se encaramaron al peral, pero para
su sorpresa y escarmiento no pudieron desprenderse del árbol hasta que la tía
Miseria no vengó las humillaciones de tantos años, con una somanta de bastonazos y las ropas
desgarradas por cuenta de Malhambre.
De madrugada, unos aldabonazos en la
puerta respondidos por aullidos de espanto del perro despertaron a la tía
Miseria, que al abrir se topó con la vieja de la guadaña. Demudada, por fin
acertó a decir:
- ¡Ay “so
joia”! mala herramienta me traes, yo que pensaba que ya te habrías olvidado
de mí…
- Pues aquí me tienes lucera, que ya iba siendo
hora de que ajustásemos cuentas. Así es que andando, que para tu suerte hoy llevo
la guadaña recién afilada.
- Aguarda un poco mujer, que mientras
preparo la mortaja y me atuso, tú puedes subir a coger esas peras, que a
nuestra edad un camino tan largo se hace más fácil con algo en el buche.
- No me parece mal, pero no te entretengas
mucho que hoy ando con prisas y a mí las tareas nadie me las hace.
Confiada, la muerte subió a por las peras con el consiguiente
asombro al intentar y no poder bajar. Por más que le suplicó, la tozuda tía
Miseria no aceptó deshacer el hechizo.
Al cabo de los años, con la muerte sin
poder descolgarse del árbol se produjo un tremendo problema; los viejos aunque no
se morían, cada vez acumulaban más enfermedades y sufrimientos. Además con el
consiguiente problema que se les planteó, entre otros, a los curas porque sin
el temor al más allá la gente terminó por abandonar las iglesias, y sin muertos
que enterrar tampoco los sepultureros lo pasaban mejor.
Llegó un momento en que a la tía Miseria
le fue tan insoportable la presión de los perjudicados, que decidió plantearle
un trato a la vieja de la guadaña: Ella le permitiría bajar del árbol a cambio de
que la de la guadaña respetara en el futuro las vidas de ella y de su perro. Desde
aquel momento la miseria y el hambre campean a sus anchas por el mundo.
La hiladora-Deleitosa, Cáceres.
W.Eugene Smith, 1950
La Muerte-Gravado.
Bernhard Siegfried Albinus. 1749
me gusta el cuento yo no me hablo con la muerte pero me parece un cuento interesasante,
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