Que
hubo un tiempo en que el encinar llegaba hasta las puertas del pueblo es algo consabido. Las progresivas talas
decidieron la conquista del arado sobre
el pastoreo y el encinar llegó a retroceder más allá del cauce
de La Anguilucha.
Testigo
sobreviviente de aquella devastación queda una solitaria encina. Las desavenencias
entre dos familias cuya herencia dividía
la linde donde se hallaba, determinaron
que se librara del hacha.
Recia
y digna parece medir la distancia que la separa del monte oscurecido por sus congéneres, y donde el viento y las torcaces trazan mapas
de intrincados laberintos.
Sin
competencia, sus raíces y ramaje se beneficiaron de los sucesivos laboreos y del
fecundo regalo de las estaciones.
Desde
el prominente lindazo, esta vieja encina
ha sido testigo de la dura brega de sucesivas
generaciones de labradores, pastores y
lavanderas, a cuya sombra se cobijarían alguna vez, gentes con sus cuitas y avatares,
vidas cumplidas al fin en una tierra, donde
su rudeza y hermosura quedan resumidas en una solitaria encina.
Nota: La encina fotografiada se
encuentra en el paraje de “La
Puente ” en La
Estrella de La
Jara.
Hoy os traemos un interesante documental del Ministerio de Medio Ambiente sobre encinas y encinares.